Rey o mendigo. No existen términos medios para un arquero. Si atrapa es un héroe, si falla, un villano. Menos aún si se trata de uno tan mediático y polémico como Johnny Herrera (37).

El fin de semana cometió un error en uno de los goles que recibió en el partido en el que la Universidad de Chile perdió contra Unión Española e inmediatamente su falla se convirtió en una de las noticias más vistas del día.

Su imagen pública —soberbia, insolente, provocadora— no guarda ninguna relación con el tipo humilde y educado con el que nos juntamos a hablar en el gimnasio Bellbox, ubicado en Alonso de Córdova.

Fuerte mentalmente y de personalidad ganadora, cuenta que su carrera se ha curtido en los momentos de adversidad (cuando llegó solo a los 13 a Santiago, siendo suplente por años de Sergio “Superman” Vargas o por su ostracismo deportivo fuera del club de sus amores), convirtiéndose con el tiempo en capitán e ídolo, siendo el jugador más ganador en la historia de Universidad de Chile.

Deslenguado y políticamente incorrecto, Herrera, que estudió Pedagogía en Educación Física en la Universidad de Las Américas, es un futbolista que tiene una opinión independiente y crítica, distanciándose de la imagen complaciente del futbolista diplomático que campea en el medio nacional.

Antes de partir la conversación, le explico que no me interesa hablar con él buscando titulares controversiales ni sangre para la portada, pero el arquero me responde con tranquilidad zen: “Dale nomás, pregunta lo que quieras”.

—Se sabe poco de tu biografía. ¿Me podrías hablar de tu infancia en Angol?

—Me vine a los 13 años a Santiago. Mi infancia fue la de un cabro chico feliz, bueno para los deportes, medio gordito, en Angol, donde llueve harto y pasaba mucho tiempo encerrado. Era el regalón de mi madrina, el menor de mi familia (tres hermanos hombres), regalón absoluto de mi mamá, que me crió prácticamente sola. Siempre me fue bien en el colegio, a pesar de que iba poquito, y nunca nos faltó nada.

—¿Dónde estudiaste?

—Empecé en un colegio de monjas, pero como echaron a mi hermano, mi mamá nos cambió a los dos. Él era el desordenado y yo el que se portaba bien. Nos fuimos a otro colegio, a la 18 que le decían, y ahí hice la básica y fui el regalón de los profes de deporte. Me acuerdo que mi profesora jefe era Elia Morales y ella me inculcó muchas cosas que me sirvieron para el futuro. Era bien amiga de mi mamá, entonces tenía una segunda madre en el colegio.

—¿Cuál era tu núcleo familiar?

—Siempre fue mi vieja, mi hermano mayor (Jano), mi hermano del medio (Julio) y yo. Mi hermano mayor falleció a los 24 años en un accidente en auto —cuando yo tenía 11 años— y eso me marcó de por vida y creo que es el dolor más grande que he tenido. Siempre maldije, por qué no había muerto yo. Él fue como mi papá y mi ejemplo.

—¿Y tu viejo?

—Nos veíamos de repente, pero nunca estuvo tan presente. Entonces yo siempre fui bien mamón. Ellos se separaron cuando yo era muy chico y era una relación de fines de semana, porque él trabajaba en camiones, pasaba viajando y era difícil verlo.

—Llegaste a los 13 años de Angol a Santiago. ¿Te costó el cambio?

—Fue duro porque llegué muy pendejo, el 94. Pero creo que esa situación me hizo forjar una coraza que me hizo fuerte para el futuro. Me acuerdo que el primer año me lo lloré todo. Echaba de menos, mi mamá me preguntaba si me venía a buscar, y yo le decía que no, que me gustaba el fútbol, pese a que era el cuarto arquero en la U. Esos inicios difíciles formaron mi carácter y creo que salí fortalecido.

—Llevas más de 20 años en Santiago. ¿Te sientes provinciano todavía?

—Sí, absolutamente, de tomo y lomo. Es lo que me diferencia de otros jugadores. Nosotros somos distintos. Siendo de Angol, me acuerdo de que un preparador físico que tuve en la U de chico me decía que yo parecía un huaso, pero agrandado, porque me quería pelear con casi todo el mundo.

—¿De joven tuviste algún referente futbolístico para definir tu carácter?

—Yo creo que el carácter uno lo trae de la cuna y eso se lo saqué a mi mamá. A mi vieja no le entran balas. Va para los 80 y sigue igual de firme que hace 30 años. También me caló hondo la personalidad de Cristián Mora, Lucho Musrri o Ronald Fuentes, gallos que se preocupaban más del prójimo que de ellos mismos. O el mismo Zamorano cuando fuimos a las Olimpiadas en Sydney. Ahí compartimos mucho con él y fue muy correcto con nosotros, los más chicos.

—Zamorano tuvo manejo mediático. Tu también destacas por tus declaraciones.

—Bueno, lo que digo no le cae bien a todo el mundo. Tu me puedes preguntar lo que quieras porque yo no tengo nada que esconder. Siempre he sido una persona sincera, que dice la verdad de frente, y eso me ha permitido caminar mirando a todas las personas a los ojos y mantener la cabeza en alto.

—¿Sientes que tienes poder mediático?

—No sé si soy yo, porque los que tienen el poder son los medios. Ellos hacen y deshacen, cuentan historias verdaderas o inventadas, y pueden llegar a hacerte mucho daño. Yo lo pasé mal al comienzo, cuando disputaba el puesto con Vargas, y la prensa poco menos que nos quería hacer pelear. Tenía 20 años, estaba solo en Santiago, y aunque tenía una personalidad fuerte, era un poco autista. Con el tiempo aprendí a manejar los comentarios y saber cuándo es el momento oportuno para declarar. Creo que si uno habla menos, te escuchan más. Pero igual sigo saliendo en la prensa por declaraciones que hice una semana atrás. Considero que es parte de nuestra idiosincrasia ser medio chaquetero, aunque ya no me estreso. Ahora, en cambio, dan las noticias y estoy viendo una serie o jugando con mi guagua. Si digo algo en los medios es porque estoy seguro. Nunca he disparado sin tener argumentos.

—¿Cuándo te llegó la madurez discursiva?

—Se fue dando con el transcurso del tiempo, cuando me di cuenta de qué era lo que se podía decir y qué no. Es importante buscar el momento exacto para decir las cosas, sobre todo porque soy hincha del club y me cuesta mucho guardarme las opiniones. Hablando de mi pega, lo único que me interesa que se entienda es que siempre quiero que al club le vaya bien.

—¿Te parece que a veces los medios sacan de contexto tus opiniones?

—Por lo general te sacan de contexto para buscar el conflicto y conseguir un titular. En mi caso hay una fracción que quiere que me vaya bien y otra que siempre va a querer que me vaya mal porque esto es fútbol y yo estoy muy identificado con Universidad de Chile.

—Dijiste que eres medio autista. Y yo creo que en tu caso ese carácter se acentúa por ser arquero; el puesto más solitario en un equipo. El que evita la felicidad.

—Somos distintos. Más allá de ser parte de un plantel de futbolistas, en general somos 3 o 4 gallos que nos vestimos distinto, usamos guantes, y tenemos características diferentes al resto. La mayoría de los arqueros sabemos que nos tenemos que bancar los pelotazos. Nosotros tenemos que ser el doble de valientes que un jugador de campo y creo que de alguna forma eso te ayuda a fortalecer tu personalidad.

—Los arqueros suelen ser observadores.

—Esto ya es parte de la pedagogía del arquero, pero uno tiene que aprender a leer muy bien los partidos. La toma de decisiones de un arquero es tremendamente importante, única en el fútbol. Tienes que saber si vas a achicar o aguantar, si vas a cortar un centro o jugarte la vida en un barrido fuera del área, exponiéndote a que te expulsen. Siempre estamos jugando al límite de nuestras posibilidades, arriesgando todo en cada pelota dividida, pero manteniendo la racionalidad. Eso te hace distinto.

—El Mono Navarro Montoya decía que un arquero puede equivocarse, pero no puede dudar.

—Es tal cual. Dudaste y perdiste. Si pensaste dos veces la jugada, no llegaste. Y lo peor es que si te equivocaste no tienes nadie atrás. Si otro jugador se equivoca, siempre hay otra opción, pero si yo me equivoco, es gol. Partiendo de esa base, para mí el arquero es jugador más importante del equipo.

—Has dicho que las artes marciales son importantes en tu vida. ¿Crees que te han ayudado ha mejorar tu rendimiento deportivo?

—Ayuda. Yo hice judo en la universidad y boté un par de monos armados de forma amateur. Me metí harto en el tema de los samuráis porque mis compañeros, algunos campeones nacionales de judo, eran fanáticos. En esa época salió la película “El último samurái” y nosotros discutíamos cosas técnicas, como si la katana debía sonar porque en ese tiempo las vainas eran de madera.

—¿Leíste sobre el tema?

—Leí cosas como “El camino del samurái”. El samurái es un servidor. Una persona que está para ayudar a la gente. Y yo traté de seguir ese camino, ayudando anónimamente a la gente, protegiendo al más débil.

—Hablando de servicio hacia otros, ahora eres padre de un niño. ¿Piensas que la crianza de tu hijo te cambió las prioridades?

—Mi guagua es todo para mí. Llegó a darnos más alegría de la que ya teníamos con mi señora. Creo que es un regalito que mandó el de arriba por todo lo que uno ha hecho de buena fe en esta vida.

—Bruno llegó con la marraqueta bajo el brazo, nació el año del último campeonato de la U, en 2017.

—Sí, justo salimos campeones. Me acuerdo de que tuve una pelea fuerte con Carlos (Heller) por el tema de las vacas sagradas, donde me mencionó como cabrón. Estuve a punto de irme a jugar al Morelia porque Marini, técnico mío en Audax, me quiso llevar a México. En ese momento mi señora estaba embarazada y decidí que no me podía ir de la U sin dar una vuelta con mi hijo. Bruno nació en enero y el campeonato lo ganamos a los 6 meses. Hoy estoy feliz, agradecido de la vida, aprovechando mi familia, pero sigo sufriendo por la U como cualquier hincha más. La U fue mi primer amor verdadero, y sigo sufriendo por las malas decisiones, los malos resultados, los goles que me hacen.

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